bienvenido a la última puerta, más allá solo hay silencio

viernes, 23 de noviembre de 2018

Bajo el signo de Sagitario


Mi padre nació un 23 de noviembre y falleció, setenta años después, un 14 de diciembre; dos fechas, el alfa y el omega, gobernadas por el signo de Sagitario. Recuerdo el viaje por la carretera vacía la noche antes, oyendo a Charlie Parker, los pasillos oscuros y desiertos del hospital, aquel cuartucho deprimente donde nos dieron la noticia. El General de Alicante, donde murió, se levanta sobre terrenos que fueron del bisabuelo Eliseo y allí estaba el huerto en el que mi padre pasó su infancia. El círculo de su vida se cerró, pues, en el mismo lugar en el que había empezado, quizá un día igual de luminoso que aquel viernes en que, creo saber, volvió a casa.

Poco antes de que perdiera la conciencia le susurré al oído: Vas a un lugar maravilloso. Realmente yo no sabía a dónde iba, y sigo sin saberlo. En cuanto a sus cenizas, las saqué de la urna y las enterré con mis propias manos al pie de un pomelo, y las lluvias y los riegos se las debieron llevar hace muchos años. Tampoco el árbol existe ya. Pero algo de mi padre perdura en mí y de algún modo lo hará también en mi hija, y eso es más que suficiente. Y uno tras otro volveremos al mar del que vinimos.

miércoles, 20 de junio de 2018

Hogueras


En plena efervescencia adolescente escribí un poema una noche de Hogueras, en algún papel, en algún lugar. Se perdió como tantos otros pero recuerdo un verso -sólo ése- en el que, nadie me pregunte por qué (eso precisamente es la poesía) veía la ciudad en fiestas como una inmensa vaca coloreada. 

Hace ya mucho, casi desde que dejé ese estado exultante que es la adolescencia, la fiesta de Hogueras me produce más fastidio que otra cosa con su ocupación ilimitada de las calles que no resistiría la prueba del algodón del imperativo categórico kantiano. Pero sin embargo algo queda, tal vez esa imagen falseada por la nostalgia de esos mitificados años setenta en que fuimos jóvenes contra todo y a favor de todo y creímos que formábamos parte de un cambio, el cambio.

Por eso cuando llega la plantà huyo lo más lejos que puedo, pero en la huida miro atrás siempre, y antes de convertirme en sal marina y algas veo noches estrelladas, oigo a Cotó-en-Pel y a Costa Blanca en el Barrio, fumo y bebo y corro la traca con Antonio Soria y Fernando Arenas, veo a su hermano Javier con la badana al cuello, saludándonos justo antes del fogonazo de la palmera. Todos tenemos veinte años todavía y, por un momento, veo la vaca coloreada.

viernes, 2 de febrero de 2018

Poemas de invierno

Últimamente no escribo versos. (Últimamente es un adverbio que te permite modelar el tiempo a tu antojo, abarca años, meses o días, está ahí a mano para que puedas engañarte cuanto creas necesario). Últimamente, decía, no escribo versos. 
Pero si los escribiera hay momentos que solo admiten poemas de invierno.


sábado, 6 de enero de 2018

Día de Reyes

No es posible recordar la infancia sin revivir el Día de Reyes. Desde que empecé a ir al colegio, y ante la refinada crueldad que llevaba consigo hacer llegar a un niño los juguetes justo el día antes de terminar las vacaciones, mis padres adoptaron la sabia decisión de trasladar el acontecimiento al día de Navidad. Pero eso sí, seguían siendo los Reyes Magos: la tradición española revestida del mínimo pero necesario cambio. De modo que la Nochebuena fue, a partir de ese momento, una noche más feliz si cabe. La cena, en casa de mis abuelos paternos – o sea, en el piso de abajo – terminaba a una hora temprana, y mi hermano y yo nos dormíamos pensando ya en despertarnos y correr al salón. No pocas veces creíamos oír el paso de los camellos por la calle, y cualquier pequeño ruido en la casa nos hacía sospechar que quizá los reyes o los pajes estaban ya cumpliendo con su cometido. A la mañana siguiente, el salón estaba lleno de paquetes y, todavía en pijama, buscábamos cada uno los nuestros. Nunca nos dimos cuenta de que la esmerada caligrafía de las etiquetas era muy parecida a la letra de nuestro padre.      

Andaba yo por los seis o siete años, cuando escribí una carta a los Reyes que abarcaba una lista demasiado larga de peticiones, y mi padre me explicó lo inevitable: que esos juguetes los tenía que comprar él. No sufrí, que yo recuerde, trauma alguno, y me parece que más que una desilusión fue un simple recorte en las expectativas de ese año. Como mi hermano no estaba en edad de saberlo, seguimos jugando el juego, e incluso cuando él también fue llamado a la realidad nos divertía proceder según el mismo ritual de los años precedentes. Mi padre añadía algún toque de humor, como firmar las notas con los nombres “Melchor, Gaspar y Papasar”.

Tíovivo de la Plaza Séneca, Alicante, 2018