bienvenido a la última puerta, más allá solo hay silencio

sábado, 6 de enero de 2018

Día de Reyes

No es posible recordar la infancia sin revivir el Día de Reyes. Desde que empecé a ir al colegio, y ante la refinada crueldad que llevaba consigo hacer llegar a un niño los juguetes justo el día antes de terminar las vacaciones, mis padres adoptaron la sabia decisión de trasladar el acontecimiento al día de Navidad. Pero eso sí, seguían siendo los Reyes Magos: la tradición española revestida del mínimo pero necesario cambio. De modo que la Nochebuena fue, a partir de ese momento, una noche más feliz si cabe. La cena, en casa de mis abuelos paternos – o sea, en el piso de abajo – terminaba a una hora temprana, y mi hermano y yo nos dormíamos pensando ya en despertarnos y correr al salón. No pocas veces creíamos oír el paso de los camellos por la calle, y cualquier pequeño ruido en la casa nos hacía sospechar que quizá los reyes o los pajes estaban ya cumpliendo con su cometido. A la mañana siguiente, el salón estaba lleno de paquetes y, todavía en pijama, buscábamos cada uno los nuestros. Nunca nos dimos cuenta de que la esmerada caligrafía de las etiquetas era muy parecida a la letra de nuestro padre.      

Andaba yo por los seis o siete años, cuando escribí una carta a los Reyes que abarcaba una lista demasiado larga de peticiones, y mi padre me explicó lo inevitable: que esos juguetes los tenía que comprar él. No sufrí, que yo recuerde, trauma alguno, y me parece que más que una desilusión fue un simple recorte en las expectativas de ese año. Como mi hermano no estaba en edad de saberlo, seguimos jugando el juego, e incluso cuando él también fue llamado a la realidad nos divertía proceder según el mismo ritual de los años precedentes. Mi padre añadía algún toque de humor, como firmar las notas con los nombres “Melchor, Gaspar y Papasar”.

Tíovivo de la Plaza Séneca, Alicante, 2018