Confieso que siempre me he arrepentido de no haberme comprado en Carnaby Street unos pantalones como los que llevaba Rod Stewart en "Foolish Behaviour". Los tuve en la mano y los dejé. El final de los 70 y los primeros 80 enmarcan mi pasión por él, años en que sus canciones me acompañaban casi a diario. Fernando Arenas me regaló "Foot Loose & Fancy Free" el día que cumplí dieciocho años. Me lo trajo por la mañana a clase y no veía el momento de llegar a casa y escucharlo. Le di dos vueltas seguidas y durante la segunda escribí en un papel que tenía a mano el relato más antiguo que conservo. Se llamaba "Neurosis" y se publicó en la revista literaria de mi colegio. Lo he reescrito varias veces a lo largo de los años y en su forma actual se llama "Los amigos de siempre". Los personajes originales se parecían demasiado a los apóstoles, aunque hacían cosas que ellos nunca habrían hecho. Estudiar con los jesuitas tiene eso. Creo que en aquel tiempo yo veía a los doce como una panda de amigos que seguían a Jesús en su tiempo libre, como nosotros íbamos al Bar Luis en el barrio antiguo de Alicante.
En esa época de cambio que era 1979, Rod Stewart era una adorable referencia, el macarra vestido con animal print que se divertía más que nadie y sufría por amor. El signo de los tiempos lo encarnaba él, pesara a quien pesara. Supongo que fue en el Vibraciones, que era lo que leía yo entonces, donde dijeron que "Foot Lose & Fancy Free" no valía un pimiento. Su incursión en la discoteca en Blondes Have More Fun levantó ampollas y pasó a ser un hortera, y nosotros con él. Había una visión elitista que trataba a Lennon como el héroe de la clase obrera y se regocijaba con el certificado de obrerismo que exhibía Springsteen. Sin embargo no había nada más proletario que el macarrismo de Rod, sus poses de ligón de piscina, la aspiración real de cualquier hijo de vecino en un entorno que él conocía bien. Fútbol, mujeres y cerveza. Rod Stewart nos recordó que a esta vida se viene a bailar.
Anoche, en la plaza de toros de Murcia, mientras mis pies se movían sin control y disfrutaba abanico en mano, sentí de golpe cuánto le debía a ese entrañable rockero hedonista y guasón. Y volví mentalmente a los amigos de siempre y a ese día en que Fer me regaló un disco suyo y yo escribí un relato. Ahora que, tanto tiempo después, he vuelto a la narrativa y, todavía a escondidas, escribo algo que evoluciona por caminos desconocidos y ha cambiado ya de título varias veces, tengo la impresión de que mi vida anda últimamente cerrando círculos que estaban abiertos desde muy antiguo.
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