Cuenca, 3 junio, 2021.
Gustavo Torner midió con los colores de la mente la
iglesia del antiguo convento de San Pablo, su geometría, su espacio, y al
hacerlo encontró un camino hacia el infinito en el que la belleza y el tiempo
se encuentran. Un obispo lo consintió, consciente quizá de que lo sagrado
perdura en lo profano y que nada es más efímero que la inmortalidad. Paso una a
una las páginas del catálogo antes de comprarlo, de la primera a la última,
absorto en la recreación imposible de lo que ya he visto minutos antes expuesto
en la nave del templo. Ni siquiera me doy cuenta de la mirada de incredulidad de la
empleada del museo. Torner se me ha adueñado de una ensenada del espíritu, como
hace medio siglo hizo Zóbel.
(Diarios de viaje. Juan J. Vicedo)
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