bienvenido a la última puerta, más allá solo hay silencio

domingo, 20 de septiembre de 2020

No cojas las acerollas

 


En las misas dominicales de las parroquias, por alguna extraña razón, el Padre Nuestro se cantaba con música de Simon & Garfunkel. Los jesuitas no eran gentes de parroquias y en aquellos finales de los años 70, ni siquiera eran gentes de misa. Andaba la teología de la liberación enredada en los sagrarios y los chavales de bachillerato partíamos el pan con los curas, que siempre era mejor que recibir unas hostias. En esas eucaristías sabatinas (siempre eran en sábado) cantábamos "No cojas las acerollas", porque los curas de mi colegio casi todos eran de Aragón y les gustaba mucho Labordeta. Además eso de "entre todos hay que levantar" recordaba mucho a lo de "a desalambrar" de Víctor Jara, que también lo cantábamos los sábados, aunque no creo que el Obispo de Alicante estuviera informado.

Nunca supe qué demonios eran las acerollas ni por qué había que dejarlas para el verano. Pero si a los curas les gustaba tanto esa canción, algún sentido debía tener. Nosotros nos fiábamos de su criterio y con ellos aprendimos que se podía ser cristiano y del PCE de Santiago Carrillo, cosa que hasta entonces no parecía posible, y que era mucho más coherente votar al PSP del viejo Profesor Tierno Galván que al PSOE tan de moda entre los niños pijos de Alicante, como nos dijo a media voz el padre espiritual de primer curso. Los policías, en las calles, iban de gris, y el manto de la Inmaculada era azul celeste, como siempre. 

Todo eso ya pasó, y como había que levantar, levantamos, aunque desalambrar no tanto. Algunos pegaban carteles y otros los despegábamos como un preciado tesoro de coleccionista. Los de la Liga estaban muy bien, muy rojos. Hicimos la Transición también nosotros, aunque ni siquiera éramos mayores de edad. Con el tiempo Labordeta empezó a salir en los televisores hinchándose a pan, vino y salchichón de pueblo. Después llegó al Congreso y daba gusto verlo. Ahora me doy cuenta de que hace diez años ya que se murió y que sigo sin coger las acerollas, dejándolas para el verano. Si él lo decía...

miércoles, 2 de septiembre de 2020

Luz de luna en sus ojos



With your silhouette when the sunlight dims
Into your eyes where the moonlight swims

Buda tenía esa mirada lejana que te hacía pensar que estaba viendo cosas que tú no veías. Su alma habitaba en un territorio desconocido, su mundo decididamente no era el mismo que el tuyo, pisaba un suelo que tú no alcanzabas a definir, un sendero en el que sus huellas nunca se borraban. Acompañó a su ama en sus valles y en sus cimas, en sus momentos difíciles y en los más luminosos. En todo este tiempo, más de doce años, nunca llegué a comprenderla del todo. Me fui de aquella casa un día, y ella se quedó, con su misterio indescifrable, al otro lado de la calle. 

Este último mes de junio su ama quedó aislada por la enfermedad y ella volvió conmigo. Nada había cambiado, su mirada impenetrable te hacía dudar de tus razones estériles, de por qué nuestras pequeñas miserias humanas eran lo real y su horizonte incógnito sin embargo no era tangible, por qué habíamos sido arrojados a esta existencia turbulenta y apasionada, por qué no éramos como ella, por qué seguíamos anclados a ambiciones y sinsabores artificiales. A veces Buda volvía hacia ti sus ojos y parecía compadecerte. Hoy se ha ido para siempre, a las once y media de la mañana, y yo, no sé por qué, he tenido el impulso de escuchar "Sad-Eyed Lady of the Lowlands".