bienvenido a la última puerta, más allá solo hay silencio

viernes, 12 de julio de 2019

Oh Yesterday came suddenly

Hacía año y medio que los Beatles habían anunciado el fin cuando los Reyes Magos me trajeron mi primer LP, el álbum rojo. ¡Qué emoción! dos docenas de canciones en un par de vinilos tan grandes que desbordaban la superficie de mi maletín tocadiscos, que hasta ese día solo había conocido singles. Todavía no había cumplido yo once años pero esa preciada posesión me acercaba al mundo de los adultos, algo que parecía corroborarse por el hecho de que pronto mi padre me dio permiso para escucharlo en su equipo. 

Hace unos días, en un cine casi vacío en el que solo siete personas habíamos pagado por ver la decepcionante película del otrora fiable Danny Boyle, escuché "Yesterday" como si fuera también para mi la primera vez, aquella en el piso familiar de las Carolinas Bajas hace cuarenta y ocho años. No la cantaba Mc Cartney pero no importaba, sentí de nuevo el mismo estremecimiento, una debilidad romántica, un irresistible abandono en el puro centro de la belleza. Solo por eso valió la pena.

Hora y media después, al encenderse las luces de la sala, quedó un poso de reflexiones y sentimientos. Sí, las canciones de los de Liverpool son quizá la colección más sublime del cancionero pop. Pero más de medio siglo después esas canciones están ahí por lo que supusieron para millones de personas. Si hubieran sido escritas hoy, muy posiblemente habrían tenido que costear sus discos ellos mismos. Lennon, McCartney y Harrison derrochaban talento como pocos pero eso no es bastante. Llegaron en un momento en el que se les necesitaba. Y fueron algo más que música, alzaron más alto y visible que nadie la bandera de la transformación de las costumbres. Hoy vivimos en un mundo distinto, gracias en parte a ellos. Un mundo en el que pasarían desapercibidos. 

domingo, 7 de julio de 2019

Adiós, vieja amiga

Ayer me despedí de ella. Durante siete años y medio compartimos techo, lumbre, rutinas. Todas las mañanas, a las ocho, la despertaba. Después, durante los cuatro años siguientes no dejamos de compartir paseos, juegos, confidencias. Había pasado dos noches angustiosas, no podía respirar y no era por la calima y la densa humedad nocturna de esta semana. Tenía metástasis pulmonar. Ayer, como tantos días, crucé la calle hasta mi antigua casa, desayunamos juntos, jugamos un rato: la engañosa brisa de la mañana hacía que pareciera un día normal. Pero no lo era. A las diez y media una inyección la durmió lentamente, en pocos minutos cesó el latido. No habíamos cedido a la tentación comprensible de pensar que esos juegos de una hora antes obligaban a prolongar las horas de sufrimiento que se avecinaban. Era mejor así, dolorosamente mejor.

Afortunadamente Hipócrates no era veterinario, y no existe un juramento que justifique lo injustificable. Afortunadamente Dios está hecho a imagen y semejanza nuestra, y no existe una doctrina que dictamine sobre el momento de la vida y de la muerte si no es la de un miembro de nuestra especie. Brahma no lo era. Era solo una perra. Afortunadamente. Pero si realmente Dios existe, preferiría que hubiera sido creado a imagen y semejanza de los perros. Me daría mucha tranquilidad saberlo.