bienvenido a la última puerta, más allá solo hay silencio

jueves, 21 de diciembre de 2023

La Luna en Géminis


Cuando nos conocimos, los dos habíamos dejado atrás relaciones efímeras y luminosas, que nacieron y murieron en el verano. Una noche de diciembre frente al mar, con sabor a ginebra barata en los labios, juntamos nuestras soledades. Ella era menor de edad, solo por dos días. Aquellas miradas que cruzamos, cargadas de otoño, y aquel beso, iniciaron un camino que duró treinta y cinco años. A veces pienso que no terminó, ni siquiera ahora que ella ya no está. El día en que decidimos separarnos nos dijimos que nada iba a enterrar el pasado. Los viernes me pasaba por su casa, la que había sido también mía, y tomábamos el té. Ella venía a la mía con cualquier excusa, o sin ninguna. Una mañana en que le llevé algo de compra me dijo: "No sabes lo tranquila que estoy desde que te fuiste". Sonreí. Habíamos hecho bien. Nuestras vidas habían llegado a estar tan entrelazadas que corríamos el riesgo de estrangularlas. 

Yo no sería quien soy si no la hubiera conocido, si aquella noche en la cala no hubiéramos sellado un pacto silencioso. Con ella viví otra vida que no era la que yo sospechaba, me quité mi vieja camisa de adolescente, la cambié por otra. No fui quien era, fui otro, y me gustó serlo. Pero tampoco sería quien soy si hubiéramos seguido juntos. Ya no buscábamos lo mismo. 

Cuatro años después del día en que me llevé mi ropa, los discos y algunos libros, la furia ciega de un dios borracho arrasó su cerebro. Tardó cinco meses en recuperar de algún recóndito pliegue las palabras, reconstruir el lenguaje, aprender de nuevo a leer y a escribir, a caminar sin caerse, a utilizar el mando del televisor. Fue un espejismo. Seis meses más tarde, otra tormenta eléctrica la alejó de sí misma. Poco a poco sus neuronas fueron apagándose como estrellas en un cielo brumoso. Hoy habría cumplido sesenta y dos años, le faltaron tres semanas. Es fácil pensar que se fue demasiado pronto. Sin embargo nada dejó inconcluso: cuanto quiso lo hizo, cuanto se propuso lo cumplió. Vivió deprisa, adelantó a todos, y entonces, en sus últimos años, hizo de su vida contemplación y serenidad. De esa manera se fue, serena y en paz, un domingo de madrugada, con el Sol en Sagitario y la Luna en Géminis, la misma posición de los astros que el día en que nació. Me lo dijo Luis Cremades, que sabe de estas cosas, y también me dijo que quizá ella, sin saberlo, sintió que era el momento de cerrar su ciclo. Ahora Anita está en otro modo de existencia, y la mirada del Buda ilumina sus días y sus noches.



sábado, 2 de diciembre de 2023

En la dudosa luz del día

 

Esta mañana, caminando sin prisa por el que fue mi barrio en otro siglo, se me ha aparecido como de la bruma o el sol, en la dudosa luz del día de la que escribieran Góngora y Cela, el colegio de mi niñez, el de las monjas de Campoamor. Lo recuerdo como algo de todos los días, antes de que se inventase el sábado tal como hoy lo conocemos: seis días ibas al colegio y el séptimo también, aunque en este caso solo para oír misa y jugar al balón. El aula de diario se me representa inmensa, la misma todos los años; allí empecé con los palotes y la caligrafía y terminé sabiendo que Dios prometió a Abraham descendencia tan numerosa como las estrellas. En aquel mundo de tijeras de punta redonda y tizas de colores aprendí, tras la ausencia de un alumno, que los niños pueden morir antes de tener tiempo de hacerse adultos. No me consoló demasiado que en el Cielo jugasen con los ángeles y comiesen arroz con gambas. Desde el aula contigua llegaban de tanto en tanto risas que reconocíamos diferentes, las de las niñas. Varias veces al día nos cruzábamos con ellas, sin mezclarnos. Jugaban en uno de los patios, en el que había canastas de baloncesto; nosotros en otro, con porterías de fútbol. Me parecían seres fascinantes, con sus faldas y su pelo largo, y esa risa fresca. Me queda ahora una sensación profunda de que aquellos años son mi primer universo coherente, algo que reconozco en sí mismo como un paisaje, unos habitantes, unas costumbres. Un mundo completo y cerrado.


jueves, 2 de noviembre de 2023

No temáis a los muertos

 

Me casé, la primera vez, un 31 de octubre. Como Cary Grant en "Arsénico por compasión". Durante todos estos años he vuelto a ver la película de Capra, siempre ese día. Entonces, en 1986, no sabíamos qué era Halloween, y la voz en off aclaraba que el rótulo inicial se refería a la víspera de Todos los Santos. Hoy, por debajo de cierta edad, nadie sabe qué fiesta es esa de nuestra niñez, y las calles se llenan de niños y padres de niños disfrazados de cosas horripilantes. Nada de ese horror es real y quizá por eso goza de tanta popularidad. La fiesta religiosa de las ánimas, sin embargo, nos recordaba año tras año que nacemos para morir, que perderemos a nuestros seres queridos y ellos nos perderán a nosotros. Imaginar el frío de la tumba y no saber qué hay después, eso sí es real, y no apetece que nos lo recuerden.

En "Arsénico por compasión", Capra trató con otra forma de horror, que no nace de lo imaginario, que es tan real que pasa inadvertido, que está en el origen de la comedia, porque solo la risa es capaz de negociar con el miedo, de negarlo. Terminas de ver la película y te vas a la cama con la misma sonrisa de cada año, y sin embargo has dejado atrás a viejecitas asesinas, ancianos solitarios que no esperan nada de la vida, un pobre loco que cava tumbas en el sótano, un par de sádicos criminales, y una ronda de policías incapaces de proteger a víctimas inocentes. Creíamos en otro tiempo que estas cosas solo sucedían en las películas, o como mucho en Brooklyn, y nos íbamos a dormir tan felices, sabiendo que a los entrañables Brewster los tratarían bien en el manicomio Happy Dale. Frank Capra, el mismo año en que los aliados avanzaban hacia el frente alemán, nos puso ante el espejo de la condición humana, contradictoria e inexplicable, en el que la bondad y la maldad a veces son indistinguibles. 

Hoy, uno de noviembre, de nuevo Paco Rabal es Don Juan Tenorio, y aunque solo la visión de los espíritus le derrota, nada me puede convencer de que no hay que temer a los muertos sino a los vivos.

miércoles, 19 de julio de 2023

¿Piensas que soy sexy?

 


Confieso que siempre me he arrepentido de no haberme comprado en Carnaby Street unos pantalones como los que llevaba Rod Stewart en "Foolish Behaviour". Los tuve en la mano y los dejé. El final de los 70 y los primeros 80 enmarcan mi pasión por él, años en que sus canciones me acompañaban casi a diario. Fernando Arenas me regaló "Foot Loose & Fancy Free" el día que cumplí dieciocho años. Me lo trajo por la mañana a clase y no veía el momento de llegar a casa y escucharlo. Le di dos vueltas seguidas y durante la segunda escribí en un papel que tenía a mano el relato más antiguo que conservo. Se llamaba "Neurosis" y se publicó en la revista literaria de mi colegio. Lo he reescrito varias veces a lo largo de los años y en su forma actual se llama "Los amigos de siempre". Los personajes originales se parecían demasiado a los apóstoles, aunque hacían cosas que ellos nunca habrían hecho. Estudiar con los jesuitas tiene eso. Creo que en aquel tiempo yo veía a los doce como una panda de amigos que seguían a Jesús en su tiempo libre, como nosotros íbamos al Bar Luis en el barrio antiguo de Alicante. 

En esa época de cambio que era 1979, Rod Stewart era una adorable referencia, el macarra vestido con animal print que se divertía más que nadie y sufría por amor. El signo de los tiempos lo encarnaba él, pesara a quien pesara. Supongo que fue en el Vibraciones, que era lo que leía yo entonces, donde dijeron que  "Foot Lose & Fancy Free" no valía un pimiento. Su incursión en la discoteca en Blondes Have More Fun levantó ampollas y pasó a ser un hortera, y nosotros con él. Había una visión elitista que trataba a Lennon como el héroe de la clase obrera y se regocijaba con el certificado de obrerismo que exhibía Springsteen. Sin embargo no había nada más proletario que el macarrismo de Rod, sus poses de ligón de piscina, la aspiración real de cualquier hijo de vecino en un entorno que él conocía bien. Fútbol, mujeres y cerveza. Rod Stewart nos recordó que a esta vida se viene a bailar. 

Anoche, en la plaza de toros de Murcia, mientras mis pies se movían sin control y disfrutaba abanico en mano, sentí de golpe cuánto le debía a ese entrañable rockero hedonista y guasón. Y volví mentalmente a los amigos de siempre y a ese día en que Fer me regaló un disco suyo y yo escribí un relato. Ahora que, tanto tiempo después, he vuelto a la narrativa y, todavía a escondidas, escribo algo que evoluciona por caminos desconocidos y ha cambiado ya de título varias veces, tengo la impresión de que mi vida anda últimamente cerrando círculos que estaban abiertos desde muy antiguo.

viernes, 2 de junio de 2023

Canción de amor

 

Coll de Rates, Alacant, 2017

Ya no volveré a escuchar tu rugido, no disfrutaré del rastro intenso del gasóleo, no sentiré tu poder, no te verán las carreteras, las montañas, no me acompañarás en los viajes, no navegarás por las calles convertidas en ríos, no serás el cómplice que se calla si no me he abrochado el cinturón, el amigo que me respeta cuando aparco, que para eso el golpe avisa. Dieciocho años juntos. No sé por qué te hago esto. No sé si tú lo entiendes. Podría tenerte conmigo, aunque ya nunca pudiéramos entrar a las ciudades, aunque nos mirasen mal los conversos por no llevar etiqueta ecológica. Podría ser valiente y decir que no me importa, y salir juntos al horizonte abierto. Pero ya sabes, el seguro, el impuesto municipal, la subida imparable de los carburantes y el impuesto, cada año nos lo pondrán más difícil. He claudicado, te voy a llevar al desguace y cobraré la subvención. Prefiero hacerlo a verte agonizar, esperando una oportunidad de rodar, añorando la vuelta de llave de todas las mañanas. Sé que el día en que te entregue recordaré todos los lugares a donde me llevaste, las puestas de sol, el asfalto, la arena, la nieve, las canciones que han sonado. No nos quieren en el futuro eléctrico que han diseñado. No les gusta que seamos libres.