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jueves, 2 de noviembre de 2023

No temáis a los muertos

 

Me casé, la primera vez, un 31 de octubre. Como Cary Grant en "Arsénico por compasión". Durante todos estos años he vuelto a ver la película de Capra, siempre ese día. Entonces, en 1986, no sabíamos qué era Halloween, y la voz en off aclaraba que el rótulo inicial se refería a la víspera de Todos los Santos. Hoy, por debajo de cierta edad, nadie sabe qué fiesta es esa de nuestra niñez, y las calles se llenan de niños y padres de niños disfrazados de cosas horripilantes. Nada de ese horror es real y quizá por eso goza de tanta popularidad. La fiesta religiosa de las ánimas, sin embargo, nos recordaba año tras año que nacemos para morir, que perderemos a nuestros seres queridos y ellos nos perderán a nosotros. Imaginar el frío de la tumba y no saber qué hay después, eso sí es real, y no apetece que nos lo recuerden.

En "Arsénico por compasión", Capra trató con otra forma de horror, que no nace de lo imaginario, que es tan real que pasa inadvertido, que está en el origen de la comedia, porque solo la risa es capaz de negociar con el miedo, de negarlo. Terminas de ver la película y te vas a la cama con la misma sonrisa de cada año, y sin embargo has dejado atrás a viejecitas asesinas, ancianos solitarios que no esperan nada de la vida, un pobre loco que cava tumbas en el sótano, un par de sádicos criminales, y una ronda de policías incapaces de proteger a víctimas inocentes. Creíamos en otro tiempo que estas cosas solo sucedían en las películas, o como mucho en Brooklyn, y nos íbamos a dormir tan felices, sabiendo que a los entrañables Brewster los tratarían bien en el manicomio Happy Dale. Frank Capra, el mismo año en que los aliados avanzaban hacia el frente alemán, nos puso ante el espejo de la condición humana, contradictoria e inexplicable, en el que la bondad y la maldad a veces son indistinguibles. 

Hoy, uno de noviembre, de nuevo Paco Rabal es Don Juan Tenorio, y aunque solo la visión de los espíritus le derrota, nada me puede convencer de que no hay que temer a los muertos sino a los vivos.

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