bienvenido a la última puerta, más allá solo hay silencio

jueves, 25 de abril de 2024

Cometas

 

En estos días anda otro cometa por los cielos y no soy capaz de verlo. Está nublado. Tampoco sabría decir cuál es: los cometas, astros tan misteriosos y fascinantes, están bautizados con nombres vulgares, uno o dos apellidos de astrónomos que un día reclamaron su fama. No sé cuántos he visto en mi vida, quizá media docena desde que siendo niño mi padre me señaló el primero, un atardecer en la playa. Los cielos de mi infancia son los de un verano interminable. Siempre quise volver a ellos. Tal vez fuera por esa querencia que aproveché las Hogueras de 1993 y huí de la ciudad para siempre. Todavía no teníamos cortinas, nos faltaban muebles, pero bastó el canto de un gallo en el primer amanecer para saber que no había regreso posible. Ese primer verano, leyendo en el porche a Bradbury, y a Clarke, y a Asimov, bajo un mar de constelaciones que no había visto desde muchos años atrás, volví a ese mundo añorado y fui feliz.

Desde entonces no he dejado de reencontrarme con el misterio. Hay un secreto indescifrable en los rosales que brotan, en las primeras mariposas, en los grillos que se dejan oír de nuevo en el estío, en los árboles que pierden sus hojas en septiembre. Hay una rutina gozosa en las fases de la luna y en el caminar obediente de los planetas por el cielo; hay, sobre todo, una apoteosis de estrellas que se suceden a través de las estaciones, haciéndonos renovar la perplejidad de los hombres que nos precedieron y atribuyeron nombres fabulosos y mágicos a todo aquello que no podían comprender. Amar la vida por sí misma, sentir los ciclos de la naturaleza, mirar al cielo y descubrir miles de estrellas, tales parece que sean ejercicios fútiles, y sin embargo ¿no encierran en ellos más verdad que toda una filosofía?

 


jueves, 14 de marzo de 2024

Es vida y solo vida

Hace décadas - había cumplido los veintiuno ese año - anoté mentalmente que mi vida era una sucesión de trenes y hospitales. No sé si era el inicio de un poema que nunca llegué a escribir, o si lo había leído en algún libro. Entonces leía mucho, también en los ferrocarriles y en las salas de espera. Es posible que ese pensamiento no fuera enteramente mío, pero me pertenecía. Hoy sigo pensando que la vida, la mía, en cierto modo es eso, un itinerario en el que en las estaciones hay raíles a veces y a veces batas blancas.

Son tan diferentes, las estaciones. Subir a un tren supone un destino conocido, una voluntad de llegar a algún lugar, un propósito. Mientras el paisaje va cambiando a su paso, la sensación de estar en el sitio en el que quiero estar permanece conmigo, la certeza de lo que voy a encontrar vence a cualquier incógnita, la arrastra fuera de mi agenda, me dice que la crónica de mis días la escribo la noche antes y no hago sino aventurarme por la vida para leerla. A veces leo en los trenes, y a veces escribo. Una vez, en un viaje de ida y vuelta a Madrid escribí diez canciones, un disco entero. Sentí que debía hacerlo, solo porque nunca antes lo había hecho. Eduardo Herrero le encontró la música a algunas de ellas. En los trenes la vida encuentra caminos insospechados.

Nada de eso sucede en los hospitales. La incertidumbre es la ley, el miedo es un compañero silencioso. No existen las intenciones sino las plegarias, oraciones mudas que se transparentan en el gesto. Al cruzar la puerta de un hospital se va en busca del destino sin saber nunca qué se encontrará, y entre paredes blancas el azar tira una y otra vez los dados. Todas las emociones caben allí, todas las jugadas de la suerte. A lo largo de las horas, tiempo infinito y resignado, la vida queda entre paréntesis y solo al final, en un papel en el que las palabras encierran significados a menudo indescifrables, está sellado el veredicto, la posibilidad de una prórroga más. Desde que nacemos se nos renueva el plazo y en los hospitales lo confirmamos.

El sábado bajé en Chamartín una vez más, visité a mi nieta recién nacida. Ayer cumplí sesenta y tres años. En los andenes de las estaciones y en los pasillos de los hospitales escribe todavía la vida nuevos capítulos.