bienvenido a la última puerta, más allá solo hay silencio

lunes, 23 de agosto de 2021

Las tijeras de mi padre

 


A unos pocos metros de la frontera entre Alicante y Campello delimitada por una acequia sin agua, estaba la casita de mis abuelos donde pasábamos los veranos. Solo entrábamos bajo techo para dormir, y los meses transcurrían bajo el sol y las estrellas. La playa, la de Muchavista o la de San Juan, según donde plantaras la sombrilla, estaba a trescientos metros de la casa, y no había socorristas. De las muchas cosas cotidianas que hacían diferentes esos meses, recuerdo estos días a mi padre y a mi abuelo Rafael podando el seto de gandules, que crecía irrefrenable hasta alcanzar proporciones gigantescas si no se actuaba a tiempo. Como si los viera, el torso desnudo, los pantalones cortos de color caqui, tijeras en mano, sudorosos. Mi hermano y yo ayudábamos apilando la poda al otro lado de la valla, dejando que se secara en apenas un par de días antes de prenderle fuego. Sí, estaba permitido hacer fuego, y era divertido, al menos para nosotros. Hoy ya no existe aquel lugar de mi infancia, pero cada mes de agosto empuño las tijeras de mi padre. Tengo un seto que podar. Pero echo en falta la hoguera y, sobre todo, la inocencia de aquellos ojos que miraban el fuego.

sábado, 14 de agosto de 2021

Zóbel

Cuenca, 1 junio, 2021

Aquí la reescritura es un ejercicio común: el convento de San Pablo se hizo parador de viajeros y las casas colgadas engendraron un estallido de vanguardia artística. Cuenca entera es una página antigua escrita a lápiz, donde algunas palabras se borran para que alguien escriba otras nuevas. En el museo que Fernando Zóbel conjuró sobre la hoz del Huécar tuve siendo niño mi bautismo de color y atrevimiento, descubrí formas que antes no habría imaginado, lienzos surgidos del fuego y de la arena, del núcleo planetario y la expresión de los cielos que no vemos sino un instante. Zóbel, Sempere, Torner, Saura, Manrique…, la ruptura genial con la España polvorienta y provinciana en la que nací y que pronto iba a cambiar. Cuenca esconde quiebros del pasado en cualquier esquina. 

(Diarios de viaje. Juan J. Vicedo)

viernes, 13 de agosto de 2021

Espacio Torner

 

Cuenca, 3 junio, 2021.

Gustavo Torner midió con los colores de la mente la iglesia del antiguo convento de San Pablo, su geometría, su espacio, y al hacerlo encontró un camino hacia el infinito en el que la belleza y el tiempo se encuentran. Un obispo lo consintió, consciente quizá de que lo sagrado perdura en lo profano y que nada es más efímero que la inmortalidad. Paso una a una las páginas del catálogo antes de comprarlo, de la primera a la última, absorto en la recreación imposible de lo que ya he visto minutos antes expuesto en la nave del templo. Ni siquiera me doy cuenta de la mirada de incredulidad de la empleada del museo. Torner se me ha adueñado de una ensenada del espíritu, como hace medio siglo hizo Zóbel.

(Diarios de viaje. Juan J. Vicedo)

miércoles, 4 de agosto de 2021

En los palcos


Nunca se lo había dicho, pero hace unos días lo hice, después de cuarenta años. Luis Cremades transformó mi visión de la poesía. Luis nació en 1962, yo en 1961. Esa distancia es insignificante, pero cuando tienes dieciocho tú eres el mayor y el otro es el pequeño, el que te mira desde un peldaño más abajo, el que será como tú cuando tú ya no lo seas. Luis, suavemente, subió la escalera, miró a lo lejos y dejó ver que había otro lugar al que ir. Se fue despacito hacia allá (siempre andaba despacio) y de algún modo me señaló que mi tiempo ya no era el suyo, que había un catálogo de significados por descubrir, que eso que se veía en el horizonte en 1979 era el fin de siglo.

Luis y yo nos conocimos en los Jesuitas, y allí nos quedamos al timón de una aventura llamada "Cabaret", una revista literaria ciclostilada y narcisista, como debe ser la poesía. Yo mismo había participado en su fundación, un año antes. Los que escribíamos en ella éramos horriblemente clásicos y vulgares, por no decir otra cosa: imitábamos, si podíamos, a Neruda, a Celaya, a Blas de Otero, a León Felipe. Luis no, él tenía su propio lenguaje. Y su visión de los sucesos no se parecía en nada a la nuestra. Era capaz de escribir sobre el hecho de escribir, sin más trascendencia. No como los demás, que creíamos en la función social de la poesía y en su utilidad como pañuelo de desamores. A él le parecía más interesante dar vuelo a las palabras y anunciar cosas como "Se buscan / gitanas vestidas / caballeros desnudos / y amor". Con versos como ese y el pseudónimo "Amós" me había saltado por encima en el certamen colegial de 1978, cuyo jurado presidía Juan Luis Mira. Mil quinientas pesetas. Se las llevó Luis, pero yo conservo su original, y no he dejado de leerlo desde entonces. Creo que salí ganando.

En 1982 estaba él en Madrid. Fui a verle y me dio una copia de algunas páginas de la revista Poesía, en la que había presentado Vicente Molina Foix a "5 poetas del 62". Mario Míguez, Leopoldo Alas, Amadeo Rubio, Alfredo Francesch y el propio Luis eran la avanzadilla de una nueva forma de entender esto de emborronar cuartillas. Ahí estaban sus fotografías, con ese deje ya entonces de ambigüedad y festivo desafío, de marginalidad exquisita y elegante distancia, que se reflejaba en los versos que leí por primera vez esa mañana de domingo. Había un poema de Leopoldo Alas, En los palcos. Con él comprendí a dónde me había ido llevando pacientemente Luis, a donde tal vez nunca podría llegar por mí mismo. No le volví a ver hasta una década más tarde. Era él ya un autor reconocido. Yo, por mi parte, dedicaba mi tiempo a aburridos escritos jurídicos, que exigían todos mis sustantivos, verbos y adverbios, pero muy pocos adjetivos. Había aparcado la exigente búsqueda de mi propio lenguaje, pero llevaba su enseñanza en mis bolsillos.

En los palcos, poema de Leopoldo Alas