bienvenido a la última puerta, más allá solo hay silencio

miércoles, 4 de agosto de 2021

En los palcos


Nunca se lo había dicho, pero hace unos días lo hice, después de cuarenta años. Luis Cremades transformó mi visión de la poesía. Luis nació en 1962, yo en 1961. Esa distancia es insignificante, pero cuando tienes dieciocho tú eres el mayor y el otro es el pequeño, el que te mira desde un peldaño más abajo, el que será como tú cuando tú ya no lo seas. Luis, suavemente, subió la escalera, miró a lo lejos y dejó ver que había otro lugar al que ir. Se fue despacito hacia allá (siempre andaba despacio) y de algún modo me señaló que mi tiempo ya no era el suyo, que había un catálogo de significados por descubrir, que eso que se veía en el horizonte en 1979 era el fin de siglo.

Luis y yo nos conocimos en los Jesuitas, y allí nos quedamos al timón de una aventura llamada "Cabaret", una revista literaria ciclostilada y narcisista, como debe ser la poesía. Yo mismo había participado en su fundación, un año antes. Los que escribíamos en ella éramos horriblemente clásicos y vulgares, por no decir otra cosa: imitábamos, si podíamos, a Neruda, a Celaya, a Blas de Otero, a León Felipe. Luis no, él tenía su propio lenguaje. Y su visión de los sucesos no se parecía en nada a la nuestra. Era capaz de escribir sobre el hecho de escribir, sin más trascendencia. No como los demás, que creíamos en la función social de la poesía y en su utilidad como pañuelo de desamores. A él le parecía más interesante dar vuelo a las palabras y anunciar cosas como "Se buscan / gitanas vestidas / caballeros desnudos / y amor". Con versos como ese y el pseudónimo "Amós" me había saltado por encima en el certamen colegial de 1978, cuyo jurado presidía Juan Luis Mira. Mil quinientas pesetas. Se las llevó Luis, pero yo conservo su original, y no he dejado de leerlo desde entonces. Creo que salí ganando.

En 1982 estaba él en Madrid. Fui a verle y me dio una copia de algunas páginas de la revista Poesía, en la que había presentado Vicente Molina Foix a "5 poetas del 62". Mario Míguez, Leopoldo Alas, Amadeo Rubio, Alfredo Francesch y el propio Luis eran la avanzadilla de una nueva forma de entender esto de emborronar cuartillas. Ahí estaban sus fotografías, con ese deje ya entonces de ambigüedad y festivo desafío, de marginalidad exquisita y elegante distancia, que se reflejaba en los versos que leí por primera vez esa mañana de domingo. Había un poema de Leopoldo Alas, En los palcos. Con él comprendí a dónde me había ido llevando pacientemente Luis, a donde tal vez nunca podría llegar por mí mismo. No le volví a ver hasta una década más tarde. Era él ya un autor reconocido. Yo, por mi parte, dedicaba mi tiempo a aburridos escritos jurídicos, que exigían todos mis sustantivos, verbos y adverbios, pero muy pocos adjetivos. Había aparcado la exigente búsqueda de mi propio lenguaje, pero llevaba su enseñanza en mis bolsillos.

En los palcos, poema de Leopoldo Alas


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