bienvenido a la última puerta, más allá solo hay silencio

lunes, 23 de agosto de 2021

Las tijeras de mi padre

 


A unos pocos metros de la frontera entre Alicante y Campello delimitada por una acequia sin agua, estaba la casita de mis abuelos donde pasábamos los veranos. Solo entrábamos bajo techo para dormir, y los meses transcurrían bajo el sol y las estrellas. La playa, la de Muchavista o la de San Juan, según donde plantaras la sombrilla, estaba a trescientos metros de la casa, y no había socorristas. De las muchas cosas cotidianas que hacían diferentes esos meses, recuerdo estos días a mi padre y a mi abuelo Rafael podando el seto de gandules, que crecía irrefrenable hasta alcanzar proporciones gigantescas si no se actuaba a tiempo. Como si los viera, el torso desnudo, los pantalones cortos de color caqui, tijeras en mano, sudorosos. Mi hermano y yo ayudábamos apilando la poda al otro lado de la valla, dejando que se secara en apenas un par de días antes de prenderle fuego. Sí, estaba permitido hacer fuego, y era divertido, al menos para nosotros. Hoy ya no existe aquel lugar de mi infancia, pero cada mes de agosto empuño las tijeras de mi padre. Tengo un seto que podar. Pero echo en falta la hoguera y, sobre todo, la inocencia de aquellos ojos que miraban el fuego.

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