bienvenido a la última puerta, más allá solo hay silencio

miércoles, 13 de noviembre de 2019

Gracias, Mr. Allen


Desde que vi Annie Hall en el antiguo cine Monumental -en un tiempo en el que él y yo y Diane Keaton éramos insolentemente jóvenes, yo bastante más (joven) que ellos- he sido más o menos fiel a Woody Allen, a su manera de hacer cine y de contar historias, esas que son siempre la misma desde hace cincuenta años aunque las vista con distintos personajes, escenarios variables, tramas diferentes. A estas alturas de mi vida la fidelidad es ya algo más, es devoción.

El miércoles volví a encontrarle en la oscuridad de una sala, prácticamente vacía. Esa noche me dormí con una extraña sensación de privilegio, el de coincidir en el tiempo con un artista único en su estilo (nadie antes, nadie después), prolífico hasta el punto de ofrecernos cada año una de sus obras. Woody Allen, como Bob Dylan, siempre ha estado ahí, mientras cambiaban los gobiernos y las modas, mientras nos casábamos, nos divorciábamos, mientras las tecnologías nos llevaban al presente. Otros desaparecían, se los llevaba la muerte, la sequía o el fin del mundo. Él no. Sigue ahí. No hace mucho dijo que no le importaba la posteridad, quizá consciente de que sus películas no van a perdurar más de lo que tarde en borrarse la generación que las sustentó, la nuestra. Siempre fue sabio, y tratar con sabios te hace menos tonto, esa ha sido nuestra suerte.

Viendo "Un día lluvioso en Nueva York" vuelve el genio insobornable del viejo Woody. Vuelve para hablarnos del vértigo del creador ante su obra (magnífico Liev Schreiber en esa montaña rusa de la duda), para desmontar la hipocresía moral y el pensamiento único (turbadora en su desenfado la escena en que la protagonista analiza las intenciones sexuales del personaje encarnado por Diego Luna), para hacer brillar a quien se pone en sus manos (incluso en el caso improbable de Selena Gomez), para escapar a las convenciones que nadie se atrevería a quebrantar (en la escena del piano con Timothée Chalamet y Selena Gomez es él y no ella quien canta).

"Un día lluvioso en Nueva York" ha estado a punto de ser la película que nunca veríamos. Incluso dos de sus jóvenes actores renegaron de su participación, ebrios de moralina. Pero ese último beso que se dieron en Central Park es ya parte del testamento del hombre tras la cámara, el que con su mirada octogenaria no se resistió a dejar de decirnos con ese final que la vida es la vida y el cine es otra cosa que se parece a la vida.


viernes, 12 de julio de 2019

Oh Yesterday came suddenly

Hacía año y medio que los Beatles habían anunciado el fin cuando los Reyes Magos me trajeron mi primer LP, el álbum rojo. ¡Qué emoción! dos docenas de canciones en un par de vinilos tan grandes que desbordaban la superficie de mi maletín tocadiscos, que hasta ese día solo había conocido singles. Todavía no había cumplido yo once años pero esa preciada posesión me acercaba al mundo de los adultos, algo que parecía corroborarse por el hecho de que pronto mi padre me dio permiso para escucharlo en su equipo. 

Hace unos días, en un cine casi vacío en el que solo siete personas habíamos pagado por ver la decepcionante película del otrora fiable Danny Boyle, escuché "Yesterday" como si fuera también para mi la primera vez, aquella en el piso familiar de las Carolinas Bajas hace cuarenta y ocho años. No la cantaba Mc Cartney pero no importaba, sentí de nuevo el mismo estremecimiento, una debilidad romántica, un irresistible abandono en el puro centro de la belleza. Solo por eso valió la pena.

Hora y media después, al encenderse las luces de la sala, quedó un poso de reflexiones y sentimientos. Sí, las canciones de los de Liverpool son quizá la colección más sublime del cancionero pop. Pero más de medio siglo después esas canciones están ahí por lo que supusieron para millones de personas. Si hubieran sido escritas hoy, muy posiblemente habrían tenido que costear sus discos ellos mismos. Lennon, McCartney y Harrison derrochaban talento como pocos pero eso no es bastante. Llegaron en un momento en el que se les necesitaba. Y fueron algo más que música, alzaron más alto y visible que nadie la bandera de la transformación de las costumbres. Hoy vivimos en un mundo distinto, gracias en parte a ellos. Un mundo en el que pasarían desapercibidos. 

domingo, 7 de julio de 2019

Adiós, vieja amiga

Ayer me despedí de ella. Durante siete años y medio compartimos techo, lumbre, rutinas. Todas las mañanas, a las ocho, la despertaba. Después, durante los cuatro años siguientes no dejamos de compartir paseos, juegos, confidencias. Había pasado dos noches angustiosas, no podía respirar y no era por la calima y la densa humedad nocturna de esta semana. Tenía metástasis pulmonar. Ayer, como tantos días, crucé la calle hasta mi antigua casa, desayunamos juntos, jugamos un rato: la engañosa brisa de la mañana hacía que pareciera un día normal. Pero no lo era. A las diez y media una inyección la durmió lentamente, en pocos minutos cesó el latido. No habíamos cedido a la tentación comprensible de pensar que esos juegos de una hora antes obligaban a prolongar las horas de sufrimiento que se avecinaban. Era mejor así, dolorosamente mejor.

Afortunadamente Hipócrates no era veterinario, y no existe un juramento que justifique lo injustificable. Afortunadamente Dios está hecho a imagen y semejanza nuestra, y no existe una doctrina que dictamine sobre el momento de la vida y de la muerte si no es la de un miembro de nuestra especie. Brahma no lo era. Era solo una perra. Afortunadamente. Pero si realmente Dios existe, preferiría que hubiera sido creado a imagen y semejanza de los perros. Me daría mucha tranquilidad saberlo.


domingo, 23 de junio de 2019

Cuando todo es nuevo

Nunca me interesó el grunge. Tengo el "Nevermind" de Nirvana, porque había que tenerlo, pero apenas lo escucho. Como de Pearl Jam no había que tener ninguno, no tengo. No conozco ninguna de sus canciones. Pero un día, años atrás, vi a Eddie Vedder cantar con los ojos cerrados "Masters of War" en el homenaje al Maestro. Me sobrecogió. Cualquiera habría indagado en Pearl Jam a partir de ese momento revelador. Yo no. Algo me decía que no podía arriesgarme a romper la magia de ese encuentro fortuito. Anoche, durante dos horas y media, Eddie Vedder me estremeció en Madrid. Y todas las canciones sonaban en mis oídos por primera vez: esa sensación inigualable de descubrir un mundo nuevo de canciones, como cuando siendo adolescente ponía en el plato un disco que hasta entonces nunca había escuchado.
Fotografía de Javier Naranjo.
Madrid, 22 junio, 2019

miércoles, 13 de marzo de 2019

Todo lo que voy dejando atrás

Cumplir años es una cosa seria. Significa dejar cosas atrás. La vida es un incesante dejar atrás, un incesante abrir una nueva página. Bienvenido sea cada año más, cada día más.

ASH. All that I have left. Visorfest 2018. Benidorm.

Si no puedes ver el video pincha el enlace https://www.youtube.com/watch?v=zVe78RNtytY&feature=youtu.be

sábado, 2 de marzo de 2019

miércoles, 13 de febrero de 2019

¿Quién salvó a Wilko Johnson?

Si no puedes ver el video pincha el enlace
 https://www.youtube.com/watch?v=CwLh02rSUn0&feature=youtu.be

A veces tengo un mal día. Sí, no importa cuánto relativices los pesares y las dificultades, cuánto hayas asumido que el contento interior te puede hacer invulnerable: a veces tienes un mal día. Cuando eso sucede saco un disco de su funda (suele ser "Hard Rain") y me digo: Dylan siempre me salva. Esto no tiene mucho sentido, sabiendo como sabemos que el de Minnesota piensa en él y no en nosotros cuando escribe sus canciones. Pero me consta que en las turbulencias no soy el único que se aferra a ellas. 

O no solo a esas. Tengo dos libros sobre mi mesa estos días. Uno tiene un título tan dramático como entrañable ("No olvides las canciones que te salvaron la vida"); y  el otro ("1.050 discos cardinales") lo firma alguien que afirma que la música - comprarla y escucharla - le salvó la vida. ¿Es realmente salvífica la música? ¿O somos nosotros, los que nos zambullimos en ella, los que con ese acto ritual nos salvamos a nosotros mismos?

En esas cuestiones andaba yo, cuando cogí un tren a Madrid para ir a ver a Wilko Johnson. La historia es conocida: hace seis años los médicos lo desahuciaron, y él se fue de gira, la que iba a ser la última. Le habían dado diez meses de vida y cuando terminaron los conciertos ya habían pasado once, así que pensó que todavía podía grabar un disco de despedida. Lo hizo y solo después entró en el hospital. ¿Le salvaron los cirujanos en esa descomunal intervención que se alargó once horas? ¿Se había salvado ya previamente él al preferir la música a la quimioterapia? ¿Le salvó la música, la energía misteriosa que emanaba de esas canciones?

miércoles, 9 de enero de 2019

Inmortal

Space Oddity, The Flaming Lips, VisorFest 2018, Benidorm
(Imagen de Juan J. Vicedo, pincha sobre ella para ampliarla)


El Mayor Tom perdió el contacto, perdió el control. Aislado en su burbuja parecía inalcanzable, camino de las estrellas. Pero en realidad está ahí, casi puedes tocar su mano. Nunca se fue. El Mayor Tom es inmortal. David Bowie es inmortal. The Flaming Lips son una de tantas puertas, uno de tantos caminos en los que él se nos aparece.