bienvenido a la última puerta, más allá solo hay silencio

domingo, 1 de noviembre de 2020

Qué solos se quedan los muertos

No sé si he dicho alguna vez que John Wayne es mi actor favorito, pero lo es. En "She wore a yellow ribbon" (aquí titulada, qué horror, "La legión invencible") el capitán Brittles, que es su personaje, tiene la costumbre de ir al pequeño cementerio del fuerte para conversar con su difunta esposa y regar las flores de su tumba. Yo también tenía el hábito de, en tiempos de zozobra, charlar con mi padre, al menos mientras existió el pomelo a cuyo pie estaba enterrado. Necesitamos sucumbir a ese impulso romántico para no hablar con ellos en cualquier lugar, ya sea la cocina de casa, el ascensor del trabajo o la parada del autobús. Nos mirarían con desconfianza si lo hiciéramos, y es posible que alguien avisara a la policía.

Hoy es el día en que los cementerios rebosan de flores. "Voy a visitar a la familia", decía mi suegra de entonces. Ahora nadie la visita a ella, sus cenizas volaron por la sierra de Enguera. Nunca he entendido este ritual del primer día de noviembre. Los budistas tibetanos, con los que compartí andadura durante dos años hace ahora una década, llaman al cuerpo "lo demás", en contraposición al espíritu. En nuestra cultura también: le llamamos "los restos" pero solo cuando morimos, los restos mortales. Y no deja de ser una paradoja pensar que los seres queridos están allí donde un día los sepultaron y no en el Cielo en el que creen muchos de los que cumplen con el rito anual.  

Por mi parte si alguien quiere recordarme cuando me haya ido, incluso hablarme sin esperar respuesta, que me busque en los atardeceres o en las noches estrelladas. Que mis cenizas se dispersen en la Aitana, en el antiguo campamento más allá de la Font del Molí. Ya que puedo elegir, en esa tierra fui feliz en los veranos de mi infancia, y lo sigo siendo siempre que vuelvo. No estaré allí, porque los muertos no están en ningún lugar, pero si subís a visitarme os aseguro que disfrutaréis del paisaje.

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