bienvenido a la última puerta, más allá solo hay silencio

viernes, 12 de febrero de 2021

¿Hay vida en Marte?

Sexto día. Manos de cera, blancas como las de Nosferatu. No importa: no tengo fiebre, respiro bien. Ayer sentí como si me hubiera caído por la escalera, rebotando de espaldas en cada escalón, dieciséis escalones. En realidad me estaba lavando los dientes, pero me dolió igual, durante horas. Estoy bien, duermo bien, y respiro y no tengo fiebre. Se acerca el séptimo día, la frontera de lo desconocido. Leo para tener la mente puesta lejos de mí, para no interrogarme sobre cada síntoma nuevo del carrusel caótico en el que vivo. Miguel López, el poder de las preguntas. Berlanga, el último austrohúngaro. Rosa está en otra habitación de la casa, hablamos por teléfono, a veces la llamo para leerle un párrafo que me ha gustado. Me dice que ha perdido el gusto, solo distingue el sabor de las aceitunas. Sangre andaluza.

Décimo día. Estamos fuera de peligro, pero no puedo ordenar una estantería sin sentir que me falta el aire. No importa: hemos cruzado la frontera. Dentro de unos días, o unas semanas, o un mes, volveremos a ser como antes, a sentir como sentíamos, a fatigarnos solo cuando queramos. Eso dicen. Nadie sabe nada. No saben cómo protegernos, no saben cómo curarnos, a veces tampoco saben cómo salvarnos de la muerte. No hay garantías, solo estadísticas. Contra esta enfermedad luchas en solitario, a veces también en soledad, esperando el desenlace de la batalla. Imaginas al enemigo explorando todo tu cuerpo: ese dolor de cabeza persistente es él, esos pinchazos en las piernas son él, ese dolor repentino en las yemas de los dedos también, esa náusea inesperada es él explorándote, la temida tos te dice que él está ahí. Imaginas esas partículas diminutas que no aciertas a definir pero que son parte de ti y le están cerrando las puertas, una tras una, y te dices que todo va bien. Pero solo sabes que no va mal.

Nadie sabe nada, y no sirve de nada preguntar a los murciélagos si es verdad que fueron ellos. No contestarán. Hemos fracasado, en su estatura gigantesca el ser humano se hunde en la ciénaga de su ignorancia. En diciembre de 2019 estábamos orgullosos del último avance tecnológico, de la sofisticada arquitectura del último microchip, y un virus de ridícula apariencia, una pelotita con brazos, se burla de nosotros desde entonces y nadie sabe cómo pararlo. Somos capaces de llegar a Marte, pero nunca resolveremos si hay vida allí. Miro por la ventana esta mañana, veo la niebla. Sé que detrás hay vida. Lo anoto en mi cuaderno de certezas. 


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