bienvenido a la última puerta, más allá solo hay silencio

domingo, 25 de mayo de 2025

Joel


Hace un año de esto, y desde entonces tenía guardados en un cajón los testimonios de una velada que la suerte puso en mi camino. La suerte y la amistad de Béznar Arias, y la generosidad, ancha como una pradera, de Joel Rafael. Nos juntamos a media tarde, fuimos llegando uno a uno, tocando el timbre. Joel estaba allí, en un rincón del salón familiar, repasando los cables, colocando en su sitio la guitarra, la armónica, el micro. Se le veía a contraluz, una imagen discreta velada por el atardecer de Avilés. Había dejado de llover, un sol tibio entraba por la ventana. Béznar y Fabiana se preocupaban de que a nadie le faltara una copa de vino, un botellín de cerveza, un lugar donde sentarse. Éramos conscientes de ser unos privilegiados, pero todavía no habíamos descubierto cómo de extenso era ese privilegio. Joel Rafael no iba a ofrecernos solamente sus canciones, sino lecciones de sabiduría, de conocimiento de la Historia de su país, y de una gran humanidad, palpable, que llenaba la estancia. Escucharle glosar las canciones, los motivos que latían en cada una, era entrar en ellas de una manera única; oírle hablar de Woody Guthrie agigantaba la sombra del hombre que fue el legendario músico de Oklahoma; conocer pedazos de Historia de los Estados Unidos, narrados con sencillez, nos acercaba a una visión personal de las mismas cosas que los libros explican fríamente: la inmigración, la mano de obra que nutría los campos y las ciudades, la depresión económica, la migración interior que siguió a la gran tormenta de polvo, las pequeñas historias personales que la gran crónica olvida. Joel soplaba vida en las canciones que nos iba regalando. En su voz habita un espíritu que transforma las palabras. Nadie te firma un disco deseándote felices sueños. Él sí.

STILL ALIVE. Avilés, 25 mayo, 2024

RAMBLIN' RECKLESS HOBO. Avilés, 25 mayo, 2024.

OLD PORTLAND TOWN. Avilés, 25 mayo, 2024.

PLANE WRECK AT LOS GATOS (DEPORTEE). Avilés, 25 mayo, 2024.

WAY OVER YONDER IN THE MINOR KEY. Avilés, 25 mayo, 2024.

500 MILES. Avilés, 25 mayo, 2024











viernes, 23 de mayo de 2025

Las cinco menos diez


Einstein se negó a aceptar que Dios jugara a los dados con el Universo. Esta propuesta, que combinaba física y metafísica, nos quedaba muy lejos, de modo que Woody Allen trajo el azar a un terreno más reducido que el cosmos, el de la propia vida, simbolizada en una pista de tenis, una red, una bola que la golpea y cae a uno u otro lado, precisamente la bola que decide el partido. Match Point. Jesús de Nazaret, que solía hablar en parábolas, añadió grandes dosis de incertidumbre a nuestra existencia terrenal y nos advirtió que no sabemos el día ni la hora en que nuestro tiempo llegará a su fin. En una décima de segundo, a las cinco menos diez de un martes de abril, todas las posibilidades aparecieron en una curva de una carretera que discurre apaciblemente entre casas bajas, donde nada especial sucede a esa hora de la tarde. Ese día sí. Vimos el otro coche lanzarse contra nosotros y supimos que la colisión era inevitable. Ocurrió en una fracción de tiempo que no sé precisar. Dicen que cuando vas a morir ves pasar tu vida entera velozmente, una crónica acelerada de uno mismo hacia el encuentro con su final. Puede ser, pero aquella tarde no vimos el pasado, solo el presente, y gritamos, a pleno pulmón, como la gente que se sube en la montaña rusa.

El impacto no dolió. La muerte no duele, duele la vida. Pero no estábamos muertos, aunque una masa amarillenta, los restos de un violento estallido, cegaba nuestra visión y no podíamos estar seguros de nada. Olía a gas, a desechos químicos, a infierno terrenal. Bajamos del coche. Del deportivo rojo no salía nadie. Me senté en el bordillo de la acera, llegó el dolor. Cinco o seis coches habían detenido su marcha y un muchacho que vino desde uno de ellos me preguntó si me encontraba bien y me ofreció pañuelos de papel. Seguía sin saber si era el fin, si ese joven que se acercaba a mí era un ángel que me guiaría en un nuevo viaje, o solo alguien que había visto que me sangraba la nariz. Me tranquilizaba no oír en el aire la voz de Dylan cantando "Knockin' on Heaven's Door". No era el momento todavía. No sé si algún día experimentaré el paso por el túnel y veré la luz blanca al otro lado, pero albergo la esperanza de que en mi final escucharé la misma música que Slim Pickens en su último atardecer. Entonces sacaron a Elvira de su coche. En estos largos días en que lentamente vuelvo a ser el que era, a veces pienso en ella. No sé quién es ni dónde vive. Su nombre está en el atestado policial. Elvira fue ese día, a las cinco menos diez, el instrumento de algo más poderoso que cualquiera de nosotros: el destino, en una de sus infinitas formas. 

Pasarán todavía algunos días y volveré a la carretera, se repartirán nuevas cartas a los jugadores. Muy poco depende de cada uno de nosotros. Los dados de Dios, la bola en la red, el vuelo de una mariposa. Son ellos los que deciden si ha llegado el día y la hora. Nos encaminamos siempre hacia la noche definitiva, pero aquella tarde de abril, a las cinco menos diez, aún no había oscurecido.

Not dark yet...









martes, 14 de enero de 2025

El otro Juan

 

Le visité por última vez a primeros de noviembre y me recibió en batín. No era la primera vez que lo hacía, ni esperaba yo otra cosa. Diría incluso que no me habría gustado que prescindiera de ese detalle hogareño con el que me invitaba a compartir su intimidad. Le conocía desde siempre, desde antes de saber quién era y cuál era su nombre. Era amigo íntimo de mi padre y era frecuente verle por casa los sábados, cuando se reunían los tres juanes y sus esposas para salir a cenar. Desde niño, cuando les escuchaba a ellos dos percibía que hablaban de cosas distintas a las que aparecían en las conversaciones de los demás. Sonaban en mis oídos nombres propios que poco a poco empecé a relacionar con las artes, la literatura, la Historia. Más tarde, en la adolescencia buscaba quedarme cerca de su charla, fascinado por el mundo que aparecía en una novela que habían leído, en una obra de teatro a la que habían asistido, en el último disco que habían comprado, el concierto de entre semana o la película de estreno del Avenida o, si era de las llamadas de arte y ensayo, del Casablanca. Max Ophuls y Stefan Zweig eran objeto de admiración a la par que John Ford y John Wayne, Zoltán Kodály, Sibelius o Penderecki. La vida es sueño y Seis personajes en busca de autor empezaron a serme igual de familiares que las historias de boxeo de Arthur Conan Doyle. Un día, andaba yo todavía en el bachillerato, el otro Juan leyó un relato mío y me escribió una carta entrañable, en la que me animaba a seguir escribiendo y se permitía recordarme que para Stendhal, al que él leía en francés, la crudeza era un defecto de estilo. No he dejado de tener presente su recomendación, cada vez más.

Siempre conocí a Juan viviendo en la misma casa, frente a la antigua lonja del Mercado Central. Rodeado de libros y discos, era el vivo ejemplo de que no es necesario recorrer el mundo para ensanchar el conocimiento. Aquella última vez, sentados en su balcón, junto al bonsai, hablamos de una novela de Maurois que los dos nos sabíamos casi de memoria y de la que él tenía distintas ediciones, algunas de ellas en lengua francesa. Me había contado que fue mi padre, en sus años jóvenes, quien le transmitió la pasión por los libros y la música, y de ese modo, décadas después, descubrí un vínculo que me acercaba todavía más a él, al otro Juan. Recordamos aquellos años oscuros en los que en el salón de mi casa paterna comentaban ellos dos las teorías económicas de Ramón Tamames, en voz baja, por supuesto, no les fueran a oír las paredes. Esa mañana de sábado, antes de irme, me leyó un capítulo de "Autobiografía sin mí", un libro de Aramburu traspasado de añoranza y de mortalidad. Yo le leí un apunte mío en torno a mi tía Paquita, que vivió en la misma calle que él prácticamente toda su vida. Juan me señaló cómo a partir de cierta edad empieza a ocupar sitio en nuestro interior la nostalgia del tiempo pasado. Nos miramos en silencio. No sabíamos que nos estábamos despidiendo.

In memoriam Juan Padilla