bienvenido a la última puerta, más allá solo hay silencio

viernes, 23 de mayo de 2025

Las cinco menos diez


Einstein se negó a aceptar que Dios jugara a los dados con el Universo. Esta propuesta, que combinaba física y metafísica, nos quedaba muy lejos, de modo que Woody Allen trajo el azar a un terreno más reducido que el cosmos, el de la propia vida, simbolizada en una pista de tenis, una red, una bola que la golpea y cae a uno u otro lado, precisamente la bola que decide el partido. Match Point. Jesús de Nazaret, que solía hablar en parábolas, añadió grandes dosis de incertidumbre a nuestra existencia terrenal y nos advirtió que no sabemos el día ni la hora en que nuestro tiempo llegará a su fin. En una décima de segundo, a las cinco menos diez de un martes de abril, todas las posibilidades aparecieron en una curva de una carretera que discurre apaciblemente entre casas bajas, donde nada especial sucede a esa hora de la tarde. Ese día sí. Vimos el otro coche lanzarse contra nosotros y supimos que la colisión era inevitable. Ocurrió en una fracción de tiempo que no sé precisar. Dicen que cuando vas a morir ves pasar tu vida entera velozmente, una crónica acelerada de uno mismo hacia el encuentro con su final. Puede ser, pero aquella tarde no vimos el pasado, solo el presente, y gritamos, a pleno pulmón, como la gente que se sube en la montaña rusa.

El impacto no dolió. La muerte no duele, duele la vida. Pero no estábamos muertos, aunque una masa amarillenta, los restos de un violento estallido, cegaba nuestra visión y no podíamos estar seguros de nada. Olía a gas, a desechos químicos, a infierno terrenal. Bajamos del coche. Del deportivo rojo no salía nadie. Me senté en el bordillo de la acera, llegó el dolor. Cinco o seis coches habían detenido su marcha y un muchacho que vino desde uno de ellos me preguntó si me encontraba bien y me ofreció pañuelos de papel. Seguía sin saber si era el fin, si ese joven que se acercaba a mí era un ángel que me guiaría en un nuevo viaje, o solo alguien que había visto que me sangraba la nariz. Me tranquilizaba no oír en el aire la voz de Dylan cantando "Knockin' on Heaven's Door". No era el momento todavía. No sé si algún día experimentaré el paso por el túnel y veré la luz blanca al otro lado, pero albergo la esperanza de que en mi final escucharé la misma música que Slim Pickens en su último atardecer. Entonces sacaron a Elvira de su coche. En estos largos días en que lentamente vuelvo a ser el que era, a veces pienso en ella. No sé quién es ni dónde vive. Su nombre está en el atestado policial. Elvira fue ese día, a las cinco menos diez, el instrumento de algo más poderoso que cualquiera de nosotros: el destino, en una de sus infinitas formas. 

Pasarán todavía algunos días y volveré a la carretera, se repartirán nuevas cartas a los jugadores. Muy poco depende de cada uno de nosotros. Los dados de Dios, la bola en la red, el vuelo de una mariposa. Son ellos los que deciden si ha llegado el día y la hora. Nos encaminamos siempre hacia la noche definitiva, pero aquella tarde de abril, a las cinco menos diez, aún no había oscurecido.

Not dark yet...









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