bienvenido a la última puerta, más allá solo hay silencio

lunes, 12 de agosto de 2024

Descubrimientos

No me mostraba yo entusiasmado por la idea de convertirme en abuelo, ni siquiera aunque llevara la etiqueta de abuelo joven. Pensaba yo que los nietos, por mucho que exista la confluencia de sangres, son cosa de sus padres, que con ellos establecen los lazos verdaderos, de amor siempre al principio, de confrontación más tarde. Esto fue hace dos años, y estaba equivocado. Me lo dijo mi amigo Javier Arenas, una noche de verano, con una precisión que nace de la simplicidad del concepto: de los padres son los hijos, los nietos son de los abuelos. Hoy, cuando veo la silla vacía junto a la hortensia, se me viene de golpe lo vivido en los últimos meses de convivencia con mis nietas, una recién nacida, la otra recién despertada al mundo. Vinieron a finales de mayo, con el sol en Géminis, y se han ido esta mañana, y en este tiempo he descubierto un modo distinto y compartido de felicidad.

Asistir al nacimiento del lenguaje, de la expresión de los deseos y de los pensamientos, es siempre motivo de asombro, no importa si has participado en el mismo fenómeno ya antes. Lo que viste entonces estaba contaminado, eras parcial en la reivindicación de cada progreso, como si fuera tuyo, como si te prolongaras en esa criatura en la que reconocías tus rasgos. Ahora es diferente, lo vives de la misma manera que cuando observas un amanecer o una flor que se abre. Alguien te habla por primera vez, y a lo largo de las semanas, ese discurso se alimenta del tuyo, y se amplía, y es capaz de señalar la luna y las estrellas, el ruido de un motor o el ladrido de un perro, el llanto de su hermana, la siguiente ola que rompe en el mar de agosto. Te pide silencio llevando su dedo a los labios o te coge la mano para subir una escalera. Descubres a una persona que empieza a descubrir que algún día será como tú, que copia tus gestos y tus reacciones, que busca tu complicidad a cada paso y se apropia de tu cariño, y todavía cree que el mundo es un lugar donde jugar. Solo tiene dos años y todavía no conoce a su dios, no tiene ideología, no sabe que existe el mal. En este momento mágico de su vida solo tienen cabida el amor y un inocente egoísmo. Sus días de infancia transcurren ante mis ojos, y me digo que cada descubrimiento maravillado es lo que la distingue de nosotros. En sus ojos que se miran en los espejos recupero fugazmente lo que ya no veo en mí cuando me miro. 



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